Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Juan 8:11
Allí, en el suelo, aplastada por la angustia, dolorida, inquieta por preguntas sin respuesta, turbada por la incertidumbre, y sin fuerzas para levantar mi rostro, entendí el significado de estar a los pies de Jesús, cual nunca antes. Las mismas lágrimas que derramé allí limpiaron los ojos de mi entendimiento. Estando sola comprendí que me hallaba mejor acompañada que en otros momentos. Fue un día de victoria en mi vida. Cristo me mostró mi falta y escuché su gracia salvadora: «Vete y no peques más»
No desprecies sus pies. Fue lo primero que vio María, en su agonía. Y lo primero que a diario debemos ver tú y yo. Ver sus pies significa que física, mental y espiritualmente estoy en una posición susceptible a la voz de su Palabra, abierta a la influencia y al poder de su Santo Espíritu, y dispuesta a recibir la luz que emana del trono de Dios. Estar a sus pies también significa estar disponible para seguir las indicaciones de su Espíritu, y ponerme totalmente a su servicio, sin cuestionar, confiando plenamente en su voluntad y sabiduría. Es obedecer. Es atender su reprensión, confesarle mis pecados y permitirle que enderece mis pasos…
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No puedo contemplar su rostro sin antes postrarme en humildad ante sus pies. Si no reconozco mi condición, jamás veré su rostro cuando regrese.
Los detalles de las circunstancias o «las manos» que te arrastren a sus pies no son de tanta trascendencia como las manos que te levantan. Esas son manos que restauran, que sanan, que auxilian y que dirigen. Fueron las mismas manos que, en la cruz, se dejaron clavar para salvarnos. A esos pies, también afeados por las cicatrices que les causaron nuestras faltas, hoy nos invita Jesús.
Agradezco a Cristo por aquel día que aprendí a ver sus pies. Me gozo cada vez que voy a sus pies. Deseo derramar mi vida en servicio a sus pies. Y porque su salvación costó un precio que nunca podré pagar, quiero entregarle, hoy y siempre, mi corazón. Amiga, aunque vivas momentos desesperantes, aplastantes, desafiantes, de total soledad y angustia, no olvides que a los pies de Jesús hay refugio, salvación, amor y vida nueva. Date la oportunidad de ser renovada, vivificada, instruida y guiada de victoria en victoria a los pies de Jesús. Él espera esa oportunidad bendita.
Autor: Rhona Alex de Lopez