«Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne» (Sal. 65: 2, RV95).
«Señor», clamó Razy, una niña de tan solo siete años, «me gusta mi país, me gusta mi escuelita, y me gusta la tranquilidad que tenemos aquí. No me quiero ir a vivir a ese lugar peligroso del que hablan mis padres. Si tú puedes y quieres, líbranos de ese traslado. Te doy las gracias ya, porque sé que vas a responder mi oración».
Así fue; a su debido tiempo, Razy recibió lo que había pedido. El Padre escuchó la sincera oración de la pequeña y decidió intervenir a su favor. ¡No hay oración sincera que nuestro Padre celestial pase por alto!
Qué bendición y qué increíble gozo aprender a estar en la presencia del Señor en oración. No hay problema tan grande que no tenga solución, si decides llevarlo a los pies de Jesús. ¿Qué necesitas en este día que el poder de la oración pueda hacer por ti?
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¿Te urge que Dios te haga justicia porque estás siendo injustamente tratada y no sabes cómo resolver esa situación? «Dios oirá en los cielos, en el lugar de su morada, tu oración y tu súplica, y te hará justicia» (1 Rey. 8: 49, RV95). ¿Necesitas salud porque un dolor o una enfermedad te aquejan? «El Señor, Dios de tu antepasado David, dice: «Yo he escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a sanarte»» (2 Rey. 20: 5). ¿Te sientes desvalida, como si a nadie le importaras? Las Escrituras te aseguran: «Habrá considerado la oración de los desvalidos, y no habrá desechado el ruego de ellos» (Sal. 102: 17, RV95). ¿Te sientes desfallecer, como si ya no te quedaran fuerzas para seguir adelante o, tal vez, ni siquiera para orar? Mira lo que dice el profeta Jonás: «Al sentir que la vida se me iba, me acordé de ti, Señor; mi oración llegó a ti en tu santo templo» ( Jon. 2: 7).
Orar. Esa es la clave para todas las situaciones de la vida: para sobrellevarlas, para hallar la respuesta divina y no la humana, para recibir las fuerzas que solo Dios puede darte, para salir de casa todas las mañanas confiando en el poder divino.
Si estás afligida, ora (ver Sant. 5: 13). Si necesitas «que Dios te dé sabiduría y entendimiento», ora (Fil. 1: 9). Si necesitas el perdón de Dios en esta mañana, confiésale sin reservas tu pecado y tu maldad, y el Señor te perdonará (ver Sal. 32: 5). Vive una vida de oración. Este es el hábito más decisivo que puedes adquirir en la vida; dale la importancia que merece.
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