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ORACION DE GRATITUD

Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias. […] Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? Lucas 17:15-17.

¿Eres agradecido?

Él era un extranjero. Su mirada, como la de todo hombre en tierra extraña, siempre pedia permiso o quizá disculpas. Sus ojos expresaban esa deuda que uno tiene con su propia alma cuando se está en tierra desconocida. Pero aquel hombre, ademas de ser extranjero, llevaba en su piel las marcas de la muerte, que atraían las miradas de quienes lo veían no solo como un inmigrante sino también como un riesgo para sus vidas. Había llegado a Jerusalén desde Samaría con mercaderías para vender.

Una m añana se despertó con algunas granulaciones en el rostro y en el torso, que pronto se extendieron por todo su cuerpo y se convirtieron en úlceras sangrantes. En esas condiciones, ya no podía volver a su tierra. Como indicaba el capítulo 13 de Levítico, fue al sacerdote para que lo ayudara. Este le impuso una túnica distintiva, le dio una campanita, y lo envió a unas grutas donde habitaban los leprosos lejos de las poblaciones.

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A partir de ese momento, la vida del samaritano cambió rotundamente; lejos de su familia, todo se detuvo en los arrabales de la soledad, hasta que un día vio con sus compañeros de desgracia a Jesús, que venía con sus discípulos por el camino. Todos salieron desesperados de sus escondites, gritando: «¡Maestro, ten misericordia de nosotros!”, y Jesús los sanó (Luc. 17:13, 14).

Era el milagro soñado. Un intenso agradecimiento llenó el alma del samaritano. Volvió al encuentro de Jesús, se arrodilló, lo adoró y le agradeció. La respuesta de Jesús fue una pregunta: «¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (vers. 18).

El leproso era un inmigrante, un hombre sin derechos; por eso capto en aquel milagro toda la gracia de Dios, de un modo que no pudieron percibir los propios leprosos judíos. Además de sanado, el samaritano se sintió aceptado por Dios.

Más allá de tu nacionalidad, condición social o color de piel, eres un hijo de Dios, príncipe heredero del reino de Cristo, depositario de la gracia divina que rodea la Tierra y ennoblece tu corazón.

Oración: Señor, gracias por todo.

Extraído de Devoción Matutina Adventista

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