«Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? […]. Respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”». Mateo 25: 37,40
SE ACERCABA EL FINAL DEL AÑO 2008 y River Jordán, una conocida autora que vive en Nashville, Tennessee, no hacia otra cosa que pensar en sus dos hijos. Uno debía viajar a Irak y el otro a Afganistán, como soldados del ejército estadounidense.
Un día, de la manera más inesperada, sus pensamientos fueron atraídos en otra dirección. River estaba en un parque cuando una mujer extraña se le acercó.
-¿Tienes un dólar que me puedas regalar? —preguntó la mujer.
Cuando River respondió que no tenía dinero, la mujer sacó un dólar de su bolsillo.
-Esto es para ti —le dijo. —No puedo aceptarlo —replicó River.
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Entonces la extraña se levantó parcialmente el pantalón y dejó al descubierto una pierna de metal. Luego contó la historia de cómo se ganaba la vida mendigando. Entonces River le preguntó si podía orar por ella. Para su sorpresa, Ester (así se llamaba la extraña), no solo aceptó la propuesta, sino que además ella misma oró por River. Luego se despidió.
–Recuérdame en tus oraciones, River Jordán –dijo la mujer-, mientras se alejaba.
Esa noche River fue la iglesia, depositó el arrugado dólar en el platillo de las ofrendas y oró por Ester. Pero la experiencia de ese día dejaría una huella perdurable en River. « ¿Por qué no seguir orando por Ester?», se preguntó. « ¿Y por qué no orar por otros extraños?». Entonces tomó una decisión que cambiaría para siempre su vida: oraría por un extraño cada día del nuevo año. ¡Ya tenía su resolución de Año Nuevo! Una resolución que la sacaría de su muy pequeño círculo de oración —en el que apenas había lugar para sus seres queridos—, y abriría sus ojos a las necesidades de tanta gente por las que Cristo también murió.*
La experiencia de River Jordán me dejó pensando en lo pequeño que es el mundo de mis oraciones: pedir por mis seres queridos, mis necesidades, mis proyectos… Entonces esa misma noche, después de leer una porción de su libro
-Praying for Strangers (Orar por desconocidos), oré por Don Pedro, un anciano que empaca bolsas en el supermercado donde hago mis compras.
Amado Jesús, abre mis ojos para que yo pueda ver en las personas que no forman parte de mi mundo, a «tus hermanitos más pequeños», almas preciosas por las que moriste en la cruz. Ayúdame a ser más sensible a sus necesidades, y a hacer más de mi parte para que ellos también puedan saber de tu maravilloso amor.
Extraído de Devoción Matutina Adventista. (*River Jordan, Praying for Strangers, Berkley Books, 2011.)