«El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos».
Proverbios 17:22, RVR95.
La vida no puede medirse en forma matemática. Los acontecimientos que nos suceden y las emociones que sentimos exceden con creces lo que podemos cuantificar y medir.
Como diría Emily Dickinson en uno de sus poemas: “Es tan pequeña cosa el llanto/ y cosa tan breve el suspiro…/ Mas por causas de ese tamaño/ hombres y mujeres morimos”
La vida humana es emoción. De hecho, los seres humanos somos los únicos que tenemos la capacidad de tener clara conciencia de lo que sentimos.
Muchas veces se intenta, con la fría teoría y la formalidad, anular la emoción y la expresión de la emoción, como en aquellas gélidas páginas de la historia que nos cuentan que, en algún momento, quien expresara alguna emoción en un período de Roma era expulsado de la ciudad. Se consideraba de mal gusto, incluso decirle a la esposa lo mucho que ella significaba para el marido. De allí viene -tal vez- esa manía de esconder la emoción, que los seres humanos tenemos.
Una vez le pregunté a una mujer acongojada por un matrimonio desastroso:
-¿Qué es lo que más quisiera de su esposo?
Ella me miró estudiando mi reacción, para ver si entendería lo que ella me diría, y luego me dijo casi susurrando:
-Solo me conformaría con que de pronto me abrazara y me dijera que yo soy importante para él.
Se puede soportar el dolor físico, la bancarrota económica, incluso la muerte de un ser amado, pero es casi insoportable vivir sin afecto. Las personas que se quedan sin expresión de amor se van secando en vida y terminan muriendo de tristeza.
Y no son grandes cosas las que hacen felices a las personas. Aunque se viva en palacios o en chozas, seguimos necesitando palabras amables, gestos cariñosos y que nos digan de vez en cuando que nos aman. Eso es alimento para el alma, lo que da la energía para seguir viviendo.
Dios creó el matrimonio para que las personas pudiesen experimentar todos los días la agradable sensación de saber que son importantes para otra persona. Dios nos dio brazos para abrazar y bocas para besar. Él nos hizo con esa capacidad de alegrarnos por las pequeñas cosas y por las grandes también.
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¿Estás expresando lo que dices? ¿Estás diciendo que amas con la misma fuerza que manifiestas otras emociones?
Miguel Ángel Núñez: Escritor – Conferenciante – Orientador y mediador familiar – Docente y Teólogo. Chileno / Argentino, Profesor universitario. Ha dado clases en Chile, Argentina, Perú y México. Ha sido profesor invitado para universidades de Colombia, Ecuador, Venezuela, España, EE.UU. y El Salvador. Ha publicado a la fecha 54 libros en castellano, inglés y portugués.
Se agradece, tarea para la casa. Atte. EBD
Hola Emilio, gracias por tu comentario, Bendiciones.