Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos
(Salmo 139:1, 2)
¡Cuánto me conoce Dios! A la hora que voy a dormir y cuando me levanto por la mañana. Él comprende todos mis pensamientos, y también mis necesidades.
Nunca olvidaré cuando aprendí una lección muy valiosa. Pensaba que mis problemas no tenían solución, a pesar de tener un Dios maravilloso y comprensivo que siempre está dispuesto a atender nuestras necesidades. Mi fe parecía estar tan sacudida que, aunque sabía acerca del poder de Dios, pensaba que no podría ocurrir ningún milagro, ya que yo era una pecadora que mu- chas veces no dedicaba tiempo a la oración y al estudio de la Biblia. Aunque no creía en un milagro de Dios, aquella mañana había orado: “Señor, tú conoces mi necesidad. Hoy debemos pagar el alquiler y no tenemos dinero. Si no lo pagamos hoy, nos darán una multa, y todavía no tendremos dinero para la semana siguiente. Por favor, obra un milagro y demuéstrame una vez más que existes. Amén”.
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Mi esposo fue al banco para revisar el balance de nuestra cuenta, con el fin de comprobar si había alguna manera de obtener los fondos necesarios para el alquiler. Mientras se marchaba del banco, se encontró con un amigo cristiano de la universidad. Su amigo le contó de una situación difícil que estaba enfrentando y le pidió un consejo. Mi esposo habló con él por un momento, y este hombre preocupado comenzó a sentirse mejor.
Antes de despedirse, su amigo le preguntó a mi esposo qué estaba haciendo enfrente del banco, y mi esposo le explicó que había venido a ver su cuenta, y que no teníamos dinero para pagar el alquiler. Su amigo, movido por el Espíritu Santo, invitó a mi esposo a entrar con él, y le dio el monto que necesitábamos. “El consejo que me diste vale mucho más que esta cantidad de dinero” le dijo. Mi esposo llegó a casa con lágrimas de gratitud en sus ojos. Dios había resuelto nuestros problemas a pesar de mi débil fe, y de una forma que nunca nos hubiésemos imaginado.
Querido Señor, perdona mi incredulidad. Ayúdame a recordar siempre que a pesar de vivir en un mundo de dificultades, estas al control de cada situación, y conoces nuestras necesidades.
Extraído de: Mi refugio (Meditaciones Matinales para la mujer) – Fernanda Paula Gomes Simáo