Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros
(Isaías 66:13).
Abro la carta de mi madre con una mano, y con la otra me sirvo el desayuno. Es lo mismo que mi madre siempre escribe a sus hijas: No duermas hasta tarde. No te olvides de ir a a iglesia. No te olvides de tomar las vitaminas. Humecta tu cabello regularmente. Vístete bien… bla, bla, bla.
Mamá, ¿por qué me envías una carta para decirme las mismas cosas una y otra vez, siendo que te llamo todas las semanas? «Te amo un montón» había escrito mi madre al final de la carta.
Dejo la carta de lado, y corro a la sala de pediatría. Me acerco a la cama asignada a nuestro equipo y lo que veo me hace helar la sangre. Allí yace un niño de cinco meses con anomalías congénitas múltiples. Simplemente, no podía llamar a esa «cosa» un bebé; los bebés son cariñosos, mimosos, tiernos y cachetones. Oh, Dios, oro con angustia y en silencio, ¿por qué permitiste que naciera una cosa así? Tendrá una existencia miserable y una vida de dependencia permanente.
Levanto la vista, y veo a la mujer que trajo esta ruina humana al mundo. Ella me sonríe. Es solo una sonrisa. No hay enojo, rebeldía ni odio en ella; solo confianza ciega. Miro a la «cosa» otra vez. Él mueve sus bracitos y patea el aire enérgicamente. ¡Es la hora de la comida! Al ver a la madre y al niño, algo inactivo se moviliza dentro de mí. Ella pone al bebé de vuelta en la cama y lo toco, vacilante. Él enrosca sus pequeños dedos alrededor de los míos. ¡Qué bien me siento! De pronto deseo alzarlo. Le pregunto a su madre si puedo hacerlo, y ella asiente con la cabeza. Lo levanto con cuidado y lo sostengo cerca de mí. Me sonríe un poco y se duerme.Mis pensamientos vuelan hasta la Palabra de Dios. Yo soy como este bebé: enferma, llena de debilidades y defectos, y estropeada por el pecado. Pero mi Padre en los cielos me ama así como soy. No hay enojo, rebeldía ni odio en él, solo confianza ciega; y amor.
Me inclino para darle un último beso antes de partir. «Adiós, Junior», le susurro, enamorada de su piel suave y su fragancia a bebé. «Te amo así como eres». De vuelta en mi habitación, tomo la carta de mi madre y la abrazo contra mi corazón. Luego comienzo a escribirle: «Mi querida mamá: te amo un montón».
Ardis Dick Stenbakken; ha tenido un celo por las mujeres y los ministerios de la mujer durante muchos años, pero ahora se encuentra que su mayor pasión es la próxima generación en especial sus dos nietas. Ardis ama a alentar a las mujeres a usar sus dones dados por Dios y estudiar a las mujeres de la Biblia, el aprendizaje de cómo Dios guió en sus vidas y lo que dice a las mujeres ahora. (http://www.adventistbookcenter.com/breathe.html)