«Y su padre les había dado muchos regalos de oro y de plata, y
cosas preciosas, y ciudades fortificadas en Judá; pero había dado el reino a Joram, porque él era el primogénito».
2 Crónicas 21:3.
Solemos recordar aquellos episodios que, de un modo u otro, nos marcan -para bien o para mal. Recuerdo lo que he dado en llamar «mi mejor Navidad infantil’: Mi padre había quedado sin trabajo una semana antes de Navidad. Había conseguido trabajar algunas horas como taxista reemplazando a otra persona, pero lo que había ganado se había ido en pagar cuentas que se habían acumulado. La noche del 24, mi madre preparó lo mejor que pudo la cena; nada especial, pero nos hizo sentir como un momento muy único el poder estar todos juntos.
Mi hermana había nacido tan solo un mes atrás, así que se había producido otro gasto más que ellos debieron afrontar. Había ocho bocas que alimentar los cinco hermanos, más mi abuelita, que desde siempre había vivido con nosotros.
No comenzamos a cenar hasta que no llegara papá. Las horas parecían eternas. Mi madre nos explicó que, por ser día de fiesta, a los taxistas les convenía quedarse lo máximo posible trabajando; de ese modo, podrían ganar un poco más de dinero para llevar a sus casas. Nosotros los niños, muy conscientes de lo que pasaba, asentimos solemnemente, aunque con unas ganas de comer enormes. Mi madre nos hizo jugar a todos. Casi a las doce de la noche, y mientras nosotros casi nos quedábamos dormidos, apareció mi padre.
Todos corrimos a abrazarlo. En sus manos nos traía un obsequio a cada uno. Eran solo cuentos infantiles, que ahora, pensando a la distancia, eran lo único que logró comprar con los escuálidos recursos que tenía. Sin embargo, no nos importó. En ese momento, el único que sabía leer era yo, así que se me encomendó la tarea de leerles a mis hermanos.
Han pasado los años, y es la Navidad que más recuerdo de mi niñez. Tal vez por una sola razón: estábamos todos juntos. Fue un momento para celebrar la unidad familiar. Varios años después, mis padres se divorciaron, y no volvimos a tener una Navidad como esa.
El mejor obsequio que podemos darles a nuestros hijos no es algún sofisticado juguete ni caros programas de computación. Lo que finalmente los hijos recordarán es aquellos instantes en los que la casa se llenó de algarabía y gozaron de la presencia de unos y de otros. A muchos padres los ayudaría mucho más que obsequiaran pocos objetos y más su presencia. Ese regalo es inestimable. Cuando pasan los años, los juguetes caros quedan arrinconados y mohosos; sin embargo, los abrazos cariñosos, los juegos junto a los hijos, las conversaciones amables y distendidas, no se olvidan.
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¿Qué les estás regalando a tus hijos? ¿Qué crees que recordarán de adultos?
Miguel Ángel Núñez: Escritor – Conferenciante – Orientador y mediador familiar – Docente y Teólogo. Chileno / Argentino, Profesor universitario. Ha dado clases en Chile, Argentina, Perú y México. Ha sido profesor invitado para universidades de Colombia, Ecuador, Venezuela, España, EE.UU. y El Salvador. Ha publicado a la fecha 54 libros en castellano, inglés y portugués.