Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. (1 Tesalonicenses 4:16)
Mi amiga Jennifer murió hace dos días. Una amiga en común me la había presentado hacia veinte años. Atesoro hermosos recuerdos, que tengo en mi corazón. Agradezco a Dios por haber traído a mi vida a una persona tan hermosa y querida. Había sufrido muchos años por una enfermedad o por otra, y los últimos años estaba en diálisis.
Cada vez que la hospitalizaban, yo le aconsejaba que arreglara las cosas con Dios. Hablé con ella al día siguiente de su ataque cardíaco. Dijo que había oido todo lo que los médicos habían hecho durante su emergencia. Estaba preocupada por las cuentas, y la ayudé a dejar todo en las manos del Maestro.
Yo recordaba, de mi trabajo años atrás en la Unidad de Terapia Intensiva, que si un paciente se recuperaba pronto después de un infarto, no era una buena señal. Esa noche me tomé el tiempo de hablar con Jennifer nuevamente sobre la salvación de su alma. Le imploré que se olvidara de las cuentas, y entregara su vida a Dios. Me repetía que le debía dinero a Ingrid, y le aseguré que yo me haría cargo de ello. Le dije que Dios necesitaba tomar el control de su vida. El había arreglado las cosas para que estuviera en un hospital diferente, donde podía disfrutar de la naturaleza, tenía buena atención por parte de las enfermeras, y tenía la paz y la tranquilidad que tanto necesitaba. Admitió que eso era cierto y que el cuidado que recibía era excelente. Le dije que, después de todos los problemas y las dificultades que había enfrentado en la vida, era muy triste que no pudiera entrar al Reino. Me dio la razón. Hablamos un poco más de la Biblia y de Dios. Luego, oré para que se cumpliera la voluntad de Dios. Después llamé a una amiga de años de Jennifer, para que la llamara y orara con ella también.
Todos la extrañamos. Siempre estaba feliz, sin importar el trato que recibiera. Estoy convencida de que arregló sus cosas con el Maestro. El dolor que Jennifer sentía era grande, pero ya no sufre más. Espero verla cuando Dios regrese por sus hijos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Juan 3:16).
Irisdeane Henley Charles