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LA VOZ DE JESUS

Entonces, respondiendo, Jesus dijo: «¡Mujer grande es tu fe!
Hágase contigo como quieres» Y su hija fue sanada
desde aquella hora
Mateo 15:28

En cierta ocasión en que Jesús y sus discípulos se encontraban en la zona de Tiro y Sidón, una mujer cananea comenzó a dar voces detrás de ellos diciendo: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (Mar. 15:22). Todos continuaron caminando, pues Jesús no parecía interesado en atender la súplica de aquella mujer. Los discípulos le sugirieron que despidiera a la mujer, pues seguía gritando detrás de ellos y, además, no era judía, y de acuerdo con las ideas de la época, no podía recibir las bendiciones de Dios. Eso era lo que enseñaba la tradición que los discípulos y sus antepasados daban como aceptable. Esa era también la posición de los fariseos.

Jesús le dijo a la mujer: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat. 15:24). Estoy segura de que cuando Jesús profirió aquellas palabras, no lo hizo con rudeza ni desprecio. Tampoco dijo: “Es mejor que te vayas y que no sigas insistiendo, porque no vas a logra nada”. Sin embargo, la mujer percibió algo en la voz de Jesús que la estimuló a continuar con sus súplicas. La fe de aquella mujer fue tal que Jesús le dijo: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres”.

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“El mayor peligro del hombre es el de engañarse a sí mismo, el de gratificar la suficiencia propia, y así separarse de Dios, la fuente de su fortaleza. Nuestras tendencias naturales, a menos que seas corregidas por el Espíritu Santo de Dios, tienen en sí mismas la simiente de la muerte moral” (Reflejemos a Jesús, p. 306).

¿Hay algo por lo cual has estado orando al Señor? ¿Algo que anhelas? Te animo a que sigas rogando por ello. Preserva tus súplicas. Quizás tengas que esperar un poco, pero no importa: la espera en el Señor genera crecimiento.

“Presenta a Dios todas tus necesidades, tristezas, gozos, preocupaciones y temores. No puedes incomodarlo ni agobiarlo. El que tiene contados los cabellos de su cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos” (El camino a Cristo, p. 148).

Extracto de Matutina: Consuelo de Chacón  escribe desde Venezuela

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