El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Juan 3:3.
Nicodemo ocupaba un puesto elevado y de confianza en la nación judía. Era un hombre muy educado, y poseía talentos extraordinarios. Como otros, había sido conmovido por las enseñanzas de Jesús. Aunque rico, sabio y honrado, se había sentido extrañamente atraído por el humilde Nazareno. Las lecciones que habían caído de los labios del Salvador lo habían impresionado grandemente, y quería aprender más de estas verdades maravillosas.
Pero él no visitó a Jesús de día. Habría sido demasiado humillante para un príncipe de los judíos declararse simpatizante de un maestro tan poco conocido. Haciendo una investigación especial, llegó a saber dónde tenía el Salvador un lugar de retiro, aguardó hasta que la ciudad quedase envuelta por el sueño, y entonces salió en busca de Jesús.
«Rabí – dijo-, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tu haces, si no está Dios con él». Al hablar de los raros dones de Cristo como maestro, y también de su maravilloso poder de realizar milagros, esperaba preparar el terreno para su entrevista. Pero, en su infinita sabiduría, Jesús vio delante de sí a uno que buscaba la verdad. Conocía el objeto de esta visita, y con el deseo de profundizar la convicción que ya había penetrado en la mente del que lo escuchaba, fue directamente al tema que le preocupaba, diciendo solemne, aunque bondadosamente: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3) …
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Esta declaración resultó muy humillante para Nicodemo, y sintiéndose irritado respondió a Cristo: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?» Pero el Salvador no contestó a su argumento con otro. Levantando la mano con solemne y tranquila dignidad, hizo penetrar la verdad con mayor seguridad: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino d e Dios» (vers. 4, 5) …
En esta entrevista memorable, Cristo estipuló principios de gran importancia para todos. Definió las condiciones de la salvación en términos claros, y destacó la necesidad de una vida nueva … Tan ciertamente como se aplicaban al gobernante judío, estas palabras están dirigidas a todo el que invoca el nombre de Cristo, que ha decidido seguir al manso y humilde Jesús
-Youth’s Instructor, 2 de septiembre de 1897; parcialmente en El Deseado de todas la gentes.