«Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna». Judas 1:21.
A muchos les cuesta proyectar sus vidas más allá de este mundo. Les es difícil creer que es posible que algunas de las bendiciones de esta tierra puedan continuar en la Tierra Nueva de la promesa.
Una de esas reticencias tiene que ver con el matrimonio. Muchos teólogos -basados en conceptos no bíblicos- sostienen que cuando Cristo, venga y sea renovada y transformada esta tierra, el matrimonio tal como lo conocemos hoy será abolido. Dicho concepto se ha construido sobre la base de un prejuicio introducido en el cristianismo de la mano de autores dualistas como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, a quienes les parecía un absurdo la resurrección corporal y un mundo celestial donde hubiesen personas de carne y hueso.
Sin embargo, no hay argumentos bíblicos que hagan pensar en una resurrección incorpórea.
Por otra parte, algunos que están viviendo relaciones de pareja infelices no quieren saber de nada que signifique proyectar fuera de este mundo sus amarguras terrenas. No obstante, eso es simplemente una situación excepcional, producto del pecado.
Lo cierto es que Dios hizo el matrimonio para que, en condiciones favorables, persistiera para siempre.
Anhelo un mundo en el que continuaré amando sin temor a ningún factor externo a Mery, esa amiga maravillosa que me ha brindado la oportunidad de crecer amando.
Si no hubiese entrado el pecado en este mundo, sin duda, la primera pareja y todas las que hubiesen venido después se mantendrían unidas por la eternidad. En un contexto en el que las relaciones de pareja son tan precarias, este pensamiento aparece como absurdo; sin embargo, la lógica de Dios no es la nuestra, y el pretendió algo diferente desde un inicio.
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¿Estás siendo el tipo de persona que puede ser amado eternamente? ¿Estás viviendo de tal modo que tu cónyuge desee vivir junto a ti para siempre, no solo hasta que la muerte los separe?