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POR FIN ES SABADO

Juan Carlos se despertó con los pájaros aquella mañana. El sol había acabado de salir, pero nadie percibía su brillo. El nuevo día llegó envuelto en nubes densas. Llovía mucho. Pero nada de eso le importaba a Juan Carlos. Salió́ temprano de la cama porque no lograba dormir. Pasaba las noches despierto y, a lo largo del día, tenía un humor insoportable.

Aquel era un día sombrío de octubre, y las hojas caían perezosas, contrastando con el vaivén acelerado de la ciudad. Brasilia puede parecer pacata  –y tal vez lo haya sido alguna vez–, pero se transformó en una cincuentona inquieta que se despierta al salir el sol y en pocos minutos se asemeja a un enjambre de abejas agitadas.

En realidad, toda esa agitación comienza en las ciudades satélite, de donde las personas se dirigen al Plan Piloto. Ese pueblo es la sangre que le da vida a Brasilia. Años atrás, Juan Carlos era una de esas personas. Con la familia, había vivido un periodo de “vacas flacas”. Había salido del nordeste buscando mejores perspectivas de vida, y consiguió́ un pedacito de tierra en Ceilandia. Para llegar a su trabajo, tomaba tres ómnibus.

Eso ya era pasado. Juan Carlos, ahora, era un prospero empresario. No era millonario, pero era rico. Muy rico. Podía viajar adonde quisiera; la esposa y los hijos podían gastar dinero con facilidad. Desfilaban por los mejores centros comerciales de la ciudad, derrochando dinero. Cuando se cansaban de Brasilia, tomaban un avión y viajaban a San Pablo, a Río, a Europa o a los Estados Unidos. Allá compraban cosas que pocas veces usaban.

En ese día sombrío de octubre, Juan Carlos, preso en el tránsito, se preguntó a sí mismo si valía la pena ser rico. No necesitaba más contar los centavos; vivía en el Lago Sur y conducía un auto espectacular, pero se sentía solitario y triste. Tenía pocos amigos, y la familia se apartaba de él a medida que el dinero aumentaba. ¿O sería él quien se apartaba de la familia? No sabía responder. En realidad, no entendía muchas cosas. Ignoraba, por ejemplo, que su hija de 16 años estaba embarazada, y que su hijo de 18 usaba drogas. Estaba ajeno, también, al hecho de que la esposa estaba pensando en el divorcio pues creía que el marido ya no la amaba.

Sin embargo, él fingía que todo marchaba bien. No faltaba nada en casa, aparentemente. Por lo menos, dinero no faltaba. Entonces, ¿por qué aquella tristeza impregnada en la esencia de su ser? ¿Por qué la sensación de fracaso y el insomnio lo incomodaban tanto durante la noche?

Aquella mañana, cuando las oficinas de su empresa abría las puertas, Iván, el hombre de la limpieza, caminaba por el corredor cantando como un canario. Juan Carlos lo admiró en silencio. No dijo nada. Sabía que en el corazón de aquel hombre simple existía música. ¿Por qué él tenía la impresión de que los hombres pobres eran más felices? Cuando él era pobre, también cantaba. No tenía una voz melodiosa, pero sentía en el corazón un tambor que no paraba de producir ritmos. Hacía mucho tiempo que la melodía y el ritmo habían abandonado las salas de su alma y habían volado hacia algún lugar distante.

–¿Por qué usted no deja de cantar, buen hombre de Dios? –preguntó Juan Carlos.
–Justamente por eso, mi patrón –le respondió Iván. –¿Por eso, qué?
–¡Porque soy un hijo de Dios!
–Pero yo también lo soy. ¿O no lo soy?
–Usted lo es, sí, mi patrón. Pero ¿cuándo fue la última vez que habló con él?
–No sé si realmente alguna vez hablé con él. Usted ¿habla con Dios? –Todos los días. Y sé que él está conmigo en todo momento.
La fe simple del sencillo hombre lo emocionaba. Aquel humilde asistente no se complicaba la vida. Vivía la seguridad de la esperanza. Él, por su parte, tenía dinero, pero no tenia seguridad de nada.
–Y su Dios ¿no es también el mío? –Sí, señor, lo es.
–Entonces, ¿cuál es el problema? Con usted funciona; y conmigo, no. –Eso no depende de Dios, señor.
–No entiendo.
–No basta con creer en Dios. Necesitamos pasar tiempo con él.
Solamente así Dios deja de ser apenas un nombre para transformarse en una realidad.
–¿Cómo en una realidad? Él ¿no es real?
–Si usted no pasa tiempo con él, Dios es solamente un nombre. Y eso no ayuda mucho. Especialmente en los momentos más complicados, como los que usted está pasando ahora.
–¿Cómo sabe que estoy pasando por momentos difíciles?
–Se lo ve en su rostro, señor. Por la manera en que mira y, con todo respeto, por la manera en que está tratando a sus funcionarios.

Aquello le parecía ofensivo. Pero era verdad. E Iván no tenía la culpa de nada. Él apenas estaba respondiendo a lo que el patrón le estaba preguntando.
–Está bien. Y, ¿cómo pasa tiempo con Dios?
–Todos los días, antes de salir de casa, me quedo a solas con él. Y el sábado le dedico el día entero.
–Y ¿por qué el sábado?
–Está en los Mandamientos.
–¿Donde?
Iván pidió permiso, salió de la sala y dos minutos después regresó con una Biblia abierta.
–Señor, mire lo que dice aquí: “Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo” (Éxodo 20:8-11).

–¿Eso está en los Mandamientos?
–Sí, señor.
–Pero, el sábado ¿no es para los judíos solamente?
–Señor, cuando Dios santificó el sábado, no existía el pueblo judío.

Puede leer lo que dice el relato de la creación: “Así quedaron terminados los cielos y la tierra, y todo lo que hay en ellos. Al llegar el séptimo día, Dios descansó porque había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en ese día descansó de toda su obra creadora” (Génesis 2:1-3).

–Así que, sábado… el séptimo día.
–Mire el diccionario o el calendario. ¿Cuál es el séptimo día, señor? –Está bien. ¿Quiere decir que el sábado existe desde la creación?
Eso es interesante.
–Verdad. En la misma semana de la creación, Dios descansó durante el sábado, aunque él no estuviera cansado. Él nunca se cansa. Descansó para darnos un ejemplo. Pero, va más allá, señor; Dios bendijo y santificó el sábado.
–¿Así que usted quiere decir que el sábado es un día santo?
–Sí, señor, es lo que la Biblia dice. Mire: “Si dejas de profanar el sábado, y no haces negocios en mi día santo; si llamas al sábado “delicia”, y al día santo del Señor, ‘honorable’; si te abstienes de profanarlo, y lo honras no haciendo negocios ni profiriendo palabras inútiles, entonces hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, y haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob. El Señor mismo lo ha dicho” (Isaías 58:13, 14).

–Pero yo oí decir que no es más necesario guardar el sábado porque Jesús resucitó un domingo.
–Es verdad, señor, que Jesús resucitó un domingo, pero ¿usted sabe en qué parte de la Biblia dice que el domingo pasó a ser santo y que el sábado no tiene más validez? En ninguna. Al contrario, señor, mire lo que Jesús acostumbraba hacer durante los sábados: “Fue a Nazaret, donde se había criado, y un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre. Se levantó para hacer la lectura” (S. Lucas 4:16).

–Pero, Jesús ¿no realizó milagros en sábados?
–Sí.
–Entonces, él trabajó…
–Realizó obras de salvación, señor. Porque el sábado no es un día simplemente para no trabajar. No trabajamos porque estamos concentrados en alabar y en servir a Dios. El sábado no es un día lleno de reglas que esclavizan al ser humano. Jesús mismo dijo que “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado –añadió–. Así que el Hijo del hombre es Señor incluso del sábado” (S. Marcos 2:27, 28). Entonces, mi patrón, si Jesús es el Señor del sábado, puede usarlo para realizar sus obras de salvación. Él realizó muchos milagros para mostrar que en ese día es necesario curar y restaurar a los pecadores. Nosotros también podemos usar al sábado para realizar las obras del Señor.

El patrón miraba a Iván a los ojos. Aquel hombre no era tan simple como él imaginaba. Sus palabras destilaban sabiduría. Por eso, se animó a preguntarle:
–Usted ¿me dice que es feliz porque guarda el sábado?
–Señor, el ser humano necesita descansar de sus trabajos y pensar en Dios. Un día, Jesús dijo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (S. Mateo 11:28, 29). Sin Jesús, el ser humano jamás tendrá descanso, mi patrón. Vivirá agitado, corriendo de un lado al otro, acumulando dinero, pero no tendrá paz. Jesús es la única fuente de paz y descanso para el alma.
–Pero, si Jesús me da el reposo, ¿para qué guardar el sábado? –preguntó el patrón.
–Muchos cristianos no entienden eso, señor. El descanso no viene del sábado, viene de Jesús. El sábado, en su base, es un día como cualquier otro; tiene 24 horas, una tarde, una mañana, en fin, igual a todos. Lo que lo hace un día diferente es el hecho de que Dios lo separó desde la creación como un día santo para tener comunión con sus hijos.
–Y ¿no podría ser cualquier otro día? ¿El domingo, el miércoles?
–Claro que sí, señor, podría ser. Si Dios hubiera elegido cualquier otro día, podría serlo. Pero Dios eligió el sábado.
–¡Eso no lo entiendo! ¿Por qué tiene que ser necesariamente el sábado?
–No sé, mi patrón. Podremos preguntarle eso a Jesús cuando él regrese. Mientras tanto, yo amo a Jesús y deseo obedecer lo que él mandó.
–¡Eso es interesante!
–¡Claro que sí! Y los discípulos de Jesús continuaron guardando el sábado después de la resurrección de Cristo. Mire lo que dice la Biblia: “Este se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no se había sepultado a nadie. Era el día de preparación para el sábado, que estaba a punto de comenzar. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Luego volvieron a casa y prepararon especias aromáticas y perfumes. Entonces descansaron el sábado, conforme al mandamiento” (S. Lucas 23:52-56).
–¿Qué significa eso?
–Jesús ya estaba muerto y enterrado. Era viernes de tarde, y las mujeres que fueron al sepulcro descansaron durante el sábado, de acuerdo con el mandamiento. San Lucas escribe eso unos veinte años después de la resurrección de Cristo y todavía dice: “de acuerdo con el mandamiento”. ¿No le parece curioso, señor? Si el mandamiento hubiese terminado con la resurrección de Cristo, ¿cómo puede ser que San Lucas haya dicho semejante cosa veinte años después?
–Tiene lógica. Usted tiene razón. ¿Y los apóstoles?
–Mire lo que el apóstol Pablo acostumbraba hacer durante los sábados. “Allí se encontró con un judío llamado Aquila, natural del Ponto, y con su esposa Priscila. Hacía poco habían llegado de Italia, porque Claudio había mandado que todos los judíos fueran expulsados de Roma. Pablo fue a verlos y, como hacía tiendas de campaña al igual que ellos, se quedó para que trabajaran juntos. Todos los sábados discutía en la sinagoga, tratando de persuadir a judíos y a griegos” (Hechos 18:2-4). ¿Me puede decir, por favor, qué hacía el apóstol Pablo los sábados?
–Es verdad… iba a la sinagoga.
–A pesar de todo esto, mucha gente cree que el apóstol iba a la sinagoga este día porque deseaba evangelizar a los judíos, porque ellos solamente podían ser encontrados en la sinagoga los sábados. Pero el mismo libro de Hechos revela que incluso donde no había una sinagoga el apóstol Pablo buscaba un lugar de oración para pasar el sábado (Hechos 16:13). ¿Cree usted que alguien puede decir que Pablo vivía esclavizado a las tradiciones del Antiguo Testamento?
–Creo que no. No sé, pero lo que sí sé es que la mayoría de los cristianos guarda el domingo como día de descanso y no el sábado.
–Es verdad, señor; pero ese es un asunto histórico. En los primeros años de la Era Cristiana, los judíos se rebelaron contra los romanos, y fueron perseguidos. Pero, como los cristianos guardaban el sábado, fueron confundidos con los judíos, y por ese motivo eran perseguidos también. Entonces, para evitar ese malentendido, alguien tuvo la idea de empezar a guardar el domingo en homenaje a la resurrección de Cristo, porque tal vez fuese mejor para ellos.
–No sabía eso.
–Y hay más. Años después, más o menos en el siglo IV, el emperador Constantino se convirtió al cristianismo y, como él pertenecía a una religión pagana que adoraba al sol –que tenía como día de veneración el primer día de la semana–, la iglesia aceptó el domingo como día del Señor. Pero no va a encontrar ni un solo texto en la Biblia que afirme que el domingo es un día santo o que sustituye al sábado.

Juan Carlos e Iván ya estaban conversando hacía bastante tiempo. Los otros empleados se preguntaban qué era lo que el patrón tanto hablaba con un simple empleado de la limpieza. La conversación fue muy interesante para Juan Carlos. El hombre rico estaba emocionado. Sus ojos se abrieron a la realidad de que su mundo se estaba desmoronando. Reconoció que le faltaba un lugar para Dios en su vida.

–Dios lo ama mucho, mi patrón. Y puede hacer maravillas, si usted se lo permite.
–¿Podemos conversar un poco más en la hora del almuerzo? –Claro que sí, señor. Voy a estar en el departamento de limpieza. Las horas pasaron rápido. Los compromisos de la mañana fueron tantos que Juan Carlos casi no sintió pasar el tiempo. Miró el reloj, y ya era casi la una de la tarde. Entonces, mandó llamar a Iván.
El empleado entró con la Biblia en la mano. –¿Hasta qué año estudió?
–Solo terminé la escuela primaria.
–Y ¿cómo conoce tanto de la Biblia?
–Es que para estudiar el libro de Dios, mi patrón, no necesita estudios.
–Interesante. Esta mañana usted hablaba de pasar tiempo con Dios. ¿Qué quiso decir, exactamente?
–Vea, mi patrón. El ser humano es como un auto. Necesita combustible para funcionar. Ningún vehículo anda si el conductor no llena el tanque. Dios es quien motiva al ser humano. Él es la vida, la sabiduría, el equilibrio. Él es la única persona capaz de hacernos felices y victoriosos. Cada vez que pasamos tiempo con él, equivale a llenar el tanque de combustible.

–El sábado ¿tiene que ver con eso?
–Sí, jefe. Durante la semana, tenemos que luchar por la supervivencia, y nuestra comunión con Dios es relativamente corta. Pero Dios sabe que necesitamos cargar las baterías de la vida para existir con un significado. Por eso, él nos dio el sábado. Dedicamos ese día completamente a Dios. El sábado no es santo porque dejamos de trabajar en él, sino porque pasamos el día con Dios. El centro de la experiencia del cristiano no es el sábado, sino Cristo. Guardamos el sábado simplemente porque amamos a Jesús y deseamos verlo feliz.
–¿Cómo llegó a esa conclusión?
–La Biblia dice que el sábado es una señal de fidelidad entre Dios y su pueblo, señor. “Observen mis sábados como días consagrados a mí, como señal entre ustedes y yo, para que reconozcan que yo soy el Señor su Dios” (Ezequiel 20:20). Guardar el sábado es una cuestión de fe en Dios. Las personas necesitan conocer la bendición del descanso del sábado. La observancia del sábado es una señal de la fe en Dios y de la dependencia que tenemos de él como nuestro Creador, Redentor y Salvador.

–Una señal de amor.
–Sí. Una señal de amor y de salvación.
–¿De salvación?
–Exactamente, señor. Mire. El cuarto Mandamiento aparece dos veces en la Biblia: en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5. Cada uno de esos pasajes da una razón diferente para guardar el sábado. En Éxodo 20, la razón es la creación, pues allí dice: “Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo” (Éxodo 20:11). Por su parte, en Deuteronomio, la razón no es solo la creación, sino también la redención. “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí con gran despliegue de fuerza y de poder. Por eso el Señor tu Dios te manda observar el día sábado” (Deuteronomio 5:15). Está claro que Dios es el Creador y también el Redentor. Solamente Dios puede crear y solamente él puede redimir. El sábado es un memorial tanto de la creación como de la redención.

–Tengo que reconocer que eso es fantástico, Iván.
–Me alegra, señor. Y hay más. Me gustaría hablarle un poco acerca de los milagros que Jesús realizó los sábados.
–Está bien, habla.
–Esos milagros tenían como propósito mostrar que el sábado está relacionado con la salvación y la restauración del ser humano. El sábado es un día de victoria sobre el pecado. El pecado, señor, trajo dolor y enfermedad. Cristo trajo la vida y la salud. Terminó su obra de restauración en el Calvario un viernes por la tarde y exclamó victorioso: ¡Está consumado! ¡El enemigo de Dios no tiene ninguna chance, está derrotado!
–¡Tremendo!
–Entonces, cuando la obra de redención fue concluida, mi patrón, Jesús descansó durante el sábado, de acuerdo con el mandamiento.

El diálogo con Iván fue muy provechoso para Juan Carlos. A partir de aquel día, patrón y empleado empezaron a llegar más temprano al trabajo para estudiar juntos la Biblia. Pasaron algunos meses. El hom- bre rico empezó a enfrentar tormentas oscuras en la vida. En lugar de desesperarse, aprendió a confiar en Dios.

Cierto día, reunió a su familia y pidió perdón.
–Yo les arruiné la vida a todos ustedes –les dijo, mirando a los ojos a sus amados.
Nadie entendió sus palabras.
–Un hombre sin Dios no tenía mucho que darle a su familia –completó. La esposa y los hijos se miraron rápidamente. No entendieron lo

que había sucedido.
–¿Podrían darme una oportunidad de hacer las cosas de una forma diferente? –preguntó, mientras las lágrimas le rodaban por el rostro marcado por un profundo dolor.
Después, habló con ellos sobre el amor de Dios. Y agregó:
–¿Por qué no hacemos del sábado el día de nuestra familia? Dediquemos ese día a Dios. Dejemos que él tome el control de la casa.
Nadie dijo nada, pero todos se conmovieron.

Los días, las semanas y los meses continuaban corriendo rumbo al futuro, como un río en dirección al mar.

Los milagros suceden; historias de conversiones registradas en los libros de la vida.
Hoy, Juan Carlos, la esposa y la hija encontraron la única esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

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