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Un Diagnóstico Divino

Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste (Salmo 30:2).

Pasaba unos días en casa de mi madre mientras mi esposo estaba trabajando en su distrito, a unos 180 kilómetros de distancia.

Era una mañana como todas, bañe a mi bebe de once meses y luego la llevé a la cama para vestirla. En ese momento me di cuenta que faltaban sus calcetas en la cama y me volví hacia la maleta que estaba en el piso para buscarlas. Fue en cuestión de segundos que escuché un ruido espantoso. ¡Mi hija se había caído de la cama! Lloraba desesperadamente, y yo sentía una sensación muy inquietante dentro de mí, presintiendo que algo no estaba bien.

Llevamos a mi hija al hospital de esa ciudad; mi madre estuvo conmigo en todo momento y me instaba a que oráramos y pidiéramos a Dios por la salud de mi hija. Mientras, los médicos que la examinaban no salían de su asombro por la magnitud del golpe que tenía en su cabecita.

Me sentía apesadumbrada y clamaba a Dios porque todo saliera bien, pero luego de hacerle unos exámenes, los médicos dijeron que tenía una fractura de cráneo y que había que referirla a un hospital especializado. Me enviaron de urgencia en una ambulancia hasta la capital. Al llegar al hospital, ya mi esposo estaba allí, lleno de angustia pero dándome mucha fortaleza. Los médicos que nos atendieron dijeron que milagrosamente la niña solo tenía una fisura en el cráneo, y que todo estaría bien con los cuidados necesarios que ahora yo debía tener con mi hijita.

Qué hermoso es saber que en las dificultades que pasamos en la vida hay un Padre amante que vela por nosotros, que cuida nuestros pasos y que nunca nos abandona. Él es el médico divino, el médico  por excelencia que pueda cambiar cualquier diagnóstico humano. Dios puede hacer el milagro en tu vida si tan solo tú, mí querida amiga, depositas tu problema, tu dificultad en sus manos.

Secia de Aguillón

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