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Un Milagro de FÉ (La Mujer Sanada de su Flujo) Luc. 8:42-28

Te escribo este testimonio para que recibas bendición de mi experiencia.
Soy una mujer judía nacida en Capernaún, una ciudad costera, ubicada junto al mar de Galilea.
Crecí como toda niña judía, instruida en la religión de mi pueblo. Recibí de mis padre mucho amor, me inculcaron respeto a Dios, y sembraron en mí, la esperanza en el Mesías prometido.

Llegado el tiempo, mis padres me escogieron a un joven para casarme, un primo muy apuesto, y rico, con quien finalmente me casé. Todo iba bien, hasta que descubrí que tenía problemas para salir embarazada, pasando los años las cosas se complicaron más y más, pues un día me vino el periodo menstrual como de costumbre; pero con la gran diferencia de que llegado el momento para que cesara el flujo no quiso detenerse, eso me aterrorizó y desde ese momento mi vida dio un vuelco por completo. Para nosotras las mujeres judías el período menstrual es algo repulsivo, pues según la ley ésta es una etapa en la que durante toda una semana somos impuras, rechazadas y debemos permanecer recluidas en casa, tal como manda la Toráh (Lev. 15,19-30).

Lo más triste de esta condición de inmundicia es que tenemos prohibido asistir al templo y participar de las actividades religiosas.

Ante mi extraña situación, con el flujo, comencé a buscar ayuda profesional, por mi condición los médicos venían a casa para atenderme, digo médicos porque primero fue uno luego otro y finalmente fueron muchos los que vinieron; pero ninguno resolvió mi problema, mi búsqueda por sanidad se convirtió en una obsesión, hasta que todo resultó inútil. Lo cumbre fue que no solo no me curaron, sino que empeoraron mi situación (Mar.6:26) y fuera de esto mientras todavía tenía dinero, se esmeraban y avivaban mi esperanza; pero una vez que se dieron cuenta que ya lo había gastado todo (Luc. 8:43), el mensaje cambió y comenzaron a decirme que ya nada se podía hacer, en otras palabras me desahuciaron. ¡Esto fue devastador!

Desde entonces mi salud cada día fue más precaria, realmente mis últimos años de enfermedad fueron una tortura, me sentía desgraciada y con ganas de morir, ¿Qué sentido podía tener la vida para mí en esta triste condición? ¿Por qué Dios me había abandonado? Eran preguntas que me inquietaban siempre, claro está, no podía dejar de reconocer que estar viva en esa situación era un milagro inexplicable, perdía tanta sangre que mi hemoglobina estaba siempre por debajo de los índices mínimos requeridos, lo que me hacía sentir muy débil, tanto que no sentía ganas de nada, y cualquier movimiento me hacía perder el equilibrio, estaba anémica y extremadamente demacrada.

En este ir y venir con mi enfermedad, cada vez mas crónica, sucedieron muchas otras cosas en mi vida, tuve que ver morir a mis padres y a mi amado esposo a quien no le pude dar hijos por mi evidente condición.

Ahora sola y sin amigos, excepto por las atenciones de mi hermana Axa, es que he podido sobrevivir en estos largos y penosos 12 años de enfermedad.

Cuando ya consideraba toda esperanza perdida, de pronto, una noticia que compartió mi hermana conmigo me estremeció al punto de resucitar mi ilusión.

El comentario, que por todas partes se escuchaba en mi pueblo, era que el maestro itinerante de Nazareth, llamado Jesús, al que algunos consideran el Mesías por tanto tiempo esperado, estaba por llegar a la playa de Capernaum.             Lo que más me cautivó, de esta noticia, fue escuchar que en todos los pueblos visitados por Jesús habían sucedido milagros portentosos, que había sanado leprosos, paralíticos, ciegos y muchos otros milagros, que muchas mujeres y niños le acompañaban, eso era extraordinario,  todas estas cosas me inspiraron.

Axa se marchó a su casa para atender a su familia, con el plan de regresar en pocas horas para llevarme; pero en mi mente estaba la impresión de su noticia. No sé qué pasó conmigo,  lo cierto fue que pensando que esta podía ser mi única y última oportunidad, tomé resueltamente la decisión de ir ante su presencia, esto me hizo sacar fuerzas de donde no tenía.  Y como pude me levante, me vestí, comí algo que me había traído mi hermana y salí de casa, tanto tiempo confinada en casa me hizo sentir muy extraña.

Había conmoción en el pueblo por todas partes, pude ver mucha gente que se dirigía al muelle, que gracias a Dios estaba muy cerca de mi casa, con mucha limitación comencé a caminar en esa dirección, podía divisar una multitud reunida allí y pronto comencé  a escuchar la potente voz de Jesús que, con gran claridad, hablaba con Jairo, uno de los líderes más destacados de la sinagoga de mi pueblo, yo había escuchado que su hija estaba muy enferma. Jairo amaba a su pequeña y única hija, por cierto esa niña recién nacida yo la tuve en mis brazos unos pocos días antes de que comenzara mi terrible enfermedad, Jairo se me había adelantado y allí estaba frente a Jesús también en búsqueda de un milagro. El maestro aceptó ir a su casa y de pronto Jesús y esa gran multitud comenzaron a caminar en dirección de donde yo me encontraba, me detuve y no sabía qué hacer, sentía vergüenza de estar desobedeciendo la ley,  hablarle no, no me atrevía; pero rápidamente se me ocurrió que no necesitaba llamar la atención y que con solo tocar su túnica iba a ser suficiente para que él me sanara.

Fue una gran ventaja que la muchedumbre viniera muy lentamente ya que así pude acercarme por detrás de Jesús con mucha fe y tocar ligeramente su túnica, lo que sentí todavía es indescriptible, fue como un corrientazo que recorrió todo mi cuerpo y en el acto me sentí renovada, pude incorporarme con gran agilidad, noté que en el instante el flujo se había detenido, no era la misma, ya sentía que mi enfermedad había desaparecido. ¡Oh Dios qué emoción!  Ahora estaba libre de esas cadenas de 12 años, era volver a vivir; Pero toda esa emoción, duró apenas unos instantes, porque cuando me disponía a desaparecer y buscar a mi hermana para compartir la buena noticia, de pronto Jesús me sorprendió con una pregunta: “¿Quién me ha tocado?” (vr. 45) ¡Sentí terror al escucharle decir eso!, me había descubierto; pero ¿Cómo? Si allí había tanta gente apretujándolo, estaba muy de acuerdo con lo que le había dicho Pedro. Pero Jesús  agregó: “Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (vr. 46). ¡Me sentí desfallecer!  No había duda que se refería a mi ¡Yo lo había contaminado, eso era lo que me martillaba en la cabeza!

Ahora estaba en aprietos, mi osadía me podía costar cara, creo que por esto podía merecer que me apedrearan. ¿Qué podía hacer? sentí por un momento la tentación de quedar en silencio; pero no eso podía ser peor, así que decidí enfrentar mi atrevimiento me acerqué ante Jesús temblando de miedo y me tiré a sus pies suplicando su perdón y delante de él y toda esa multitud conté en detalle lo que había hecho y el por qué y luego con lagrimas en mis ojos les describí lo que me había pasado y que ya estaba sana por completo en el mismo instante que había tocado el borde de su manto.

Sin más que decir solo esperando la sentencia, Jesús habló de nuevo y ahora sus palabras inundaron mi corazón de paz, me dijo: “Hija, tu fe te ha sanado, ve en paz.” ¡No lo podía creer! Jesús no solo había sanado mi enfermedad sino que me hizo sentir perdonada de mi pecado. Sin poderme contener bese sus pies y le di las gracias con todo mi corazón.

Nunca he podido olvidar ese momento tan hermoso en mi vida, sigo agradecida a Jesús con toda mi alma.

He escrito mi testimonio, para confirmarte que Jesús es grande y maravilloso. Para decirte que no hay nada tan difícil en tu vida que él no pueda resolver. Que Jesús nunca te va a rechazar. Que ir ante su presencia siempre va ha ser para tu bien físico y espiritual.

Algo más que quisiera decirte, cuando Dios hace algo para nuestro bien, él se agrada en que compartamos esa buena noticia con las demás personas, esa es la mejor manera de demostrarle nuestra gratitud, y a la vez de hacer crecer su obra, despertando la esperanza en otros que también la necesitan. Dios no quiere que te quedes en silencio cuenta a otros de su amor.

Que Jesús también premie tu fe y que de él escuches lo que me dijo a mí: “¡Hij@, tu fe te ha salvado, ve en paz!” (vr. 48)

Dios te bendiga.
La Mujer sanada del Flujo

Pr. Orlando Rosales Senior Pastor Iglesia Hispana de Baltimore y Director Asistente de los Ministerios Multilingües de la Conferencia de Chesapeake

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