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UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Juan 3:3

En uno de mis viajes a Madrid, donde había estudiado y después vivido por muchas años con mi familia y, mientras esperaba en una parada de autobús, no pude evitar mirar a una señora que agazapada detrás de la parada de autobús, miraba hacia el otro lado de la calle, su ropa muy desgastada pero limpia, mostraba cierta elegancia que quizás en algún día tuvo, pero lo que realmente me llamó la atención, fueron sus ojos profundamente azules que me recordaron a María y que me volvieron a mis días de estudiante en la Universidad.

María era aquella muchacha alegre, de hermosos cabellos castaños que todos los chicos anhelaba y que todas las chicas envidiaban. Extrovertida y simpática, pasaba los estudios y los exámenes con el mínimo esfuerzo y la mínima nota, ella se bastaba por sí misma para superar las exigencias, así fue siempre en el cole y después en la Universidad, lo último que supe al pasar los años, que se había casado con un chico del último grado de abogacía, de una familia pudiente de Madrid.

Volví mis ojos a la mujer, la duda me picaba la curiosidad, caminé sigilosamente hacia ella, pero ella al darse cuenta, se movió rápidamente hacia la multitud que esperaba el bus para esconderse. Sin embargo, la mujer al alzar la mirada para verme, no tuve duda, era ella, era María. Caminé por atrás de la fila y sin darle la ocasión para que escapara de mi, la cogí de su mano, y le dije: Hola María, ella no alzó su cabeza ni contesto palabra alguna. Repetí hola Maria, soy yo Rafael, tu compañero de la Universidad, siguió sin responder ni alzar su cabeza. Le volví a hablar, trate de preguntarle por su vida y como estaba, pero ella siempre muda, no supe que pensar, estaba como sorda o quizas en otro mundo, así que la fui guiando hacia el asiento de la parada y nos sentamos, entonces una vez mas le dije, Maria soy el Rafa, tu compañero de la Universidad. Entonces, alzó su cabeza y me miró. Le pregunté si quería conversar y aprovechar de comer o beber algo, ella me asintió con su cabeza. La dirigí hacia un restaurante de comida rápida, a pocos pasos de donde estábamos, le pedí una hamburguesa y un refresco, ella lo fue comiendo con pocas ganas y lentitud, como disfrutando y matando el hambre que tenía, luego de varios minutos en que yo solo hablaba, balbuceó mí nombre, siempre cabizbaja.

¿Cómo podía ser Maria esta pobre señora casi descalza y a tan mal traer?, Una joven hermosa, vivaz y muy orgullosa. Después de un momento alzó su mirada y me dijo:
– No me mires por favor. Con voz casi imperceptible
– ¿Qué te ha pasado Maria?
– No respondió nada.

La vi tan desvalida que no intenté seguir preguntando, de pronto salió casi corriendo, volvió a la parada y siguió con su mirada a una joven por la acera del frente, que había bajado de un autobús, casi llegué a confundirme, la chica era tal cual había conocido a Maria, por supuesto, seguro era su hija. La siguió con su mirada, María caminaba siempre por la acera del frente, desde atrás, sigilosa para que la joven del frente no la descubriera, finalmente la chica entró a un lujoso portal en medio de esa calle.

Allí Maria, parada en medio de la calle estaba a punto de desplomarse, parecía tan cerca pero tan lejos. En ese momento cogí a Maria del brazo, la subí a un taxi y a regañadientes la llevé a su casa. Llegamos a un barrio marginal de Madrid, subimos por unas escaleras viejas y roídas por la humedad y el olvido, se escuchan algunas voces, algunas en idiomas extraños, posiblemente extranjeros que convivían en este viejo portal. Por fin llegamos a un tercer piso, sacó su llave e ingresamos a su pobre apartamento, solo una pequeña habitación donde se compartía todo, cocina, dormitorio y estar, a un lado un pequeño baño, nada más, la pena me partió el alma y decidí marchar si insistir mas, solo dejé un viejo libro de mi iglesia que estaba leyendo y me fui.

Al dia siguiente, dado que la duda me rompía el alma, decidí pasar por la misma parada y a la misma hora, allí esta Maria. Esperé pacientemente a que observara su hija y me acerque. Esta vez le dije que traía unos pocos viveres para su casa, cogimos un taxi y la volví acompañar. Allí en su casa preparé la merienda y aproveché el momento para preguntar qué había pasado, ella poco a poco se fue soltando y lentamente comenzó su relato.

– Me casé con Diego, como tú ya sabes, al tercer año tuvimos una pequeña que llamamos Andrea, esta fue la delicia de Diego y para mí también, pero por desgracia caí en depresión a consecuencia del parto y hasta ahora estoy muerta.
– María tú no estás muerta,
– Si lo estoy. Insistía Maria.

Entonces recordé un pasaje de la Biblia, y le dije:
– Jesús dijo, el que cree en mí no muere, más bien tiene la vida eterna. María me miró con cara de duda y destellaron sus ojos azules dibujando una tímida sonrisa.
– ¿Qué me dices?, ¿De dónde sacas estas cosas?
– De los evangelios, repliqué. Y continué, no solo vivirás sino también la vida la tendrás en abundancia y por la eternidad. Allí Maria abrió sus ojos y no podía creer lo que lo contaba, entonces saque mi biblia y busque los pasajes para que leyera por sí mismas.

María me miró con carita de pena y me dijo
– ¿Rafael, me dejas tu biblia?
– Con mucho gusto replique, y de paso dije,
– No dejes de leer el libro que te di ayer, El Camino a Cristo.

Ya eran las seis de la tarde y como en Madrid, anochece temprano en los días de invierno decidí marchar, no sin antes comprometer a Maria para vernos al día siguiente y saber que fue lo que le había sucedido.

Al día siguiente, la encontré de nuevo en la parada de autobús, esperando ver pasar a su hija que venía del cole. Esperé con respeto y una vez que Andrea, su hija, entrara al portal aguardé un rato, en seguida la llevé a su hogar esta vez proveído de un paquete con croissant y baguete. Ella puso a preparar el café y mientras tomábamos la merienda, me fue contando que es lo que había ocurrido en su vida.

– Tuvimos tres lindo años de casados, Diego me cuidó mucho, paseamos por diferentes lugares y fuimos muy felices, hasta que me llegó la enfermedad, estuve en una clínica, me atiborraron de medicamentos hasta después de salir de la clínica.
– Bueno, pero lo superaste, ¿o no? , pregunté intrigado.
– Creo que sí, al final de ese año, , Diego pasaba hora y horas en su trabajo y muchas veces de viaje, empecé a juntarme con antiguos amigos intentando superar mi enfermedad y la soledad, y como Diego viajaba bastante por varios días, empecé a frecuentar las fiestas, cambió todo nuevamente como en mi época de estudiante, libre y ahora sin límites. ¡Qué error! Pensé para mí.
– Diego me encontró en cama con un antiguo compañero.
– ¡Qué desastre!, no pude contenerme.
– A partir de allí, todo pasó muy rápido, Diego y su padres, hombres católicos y de valores muy rígidos, me pidieron reunirme en el estudio legal del la familia. Al llegar me temblaba todo, no sabía que sucedía.
– Tenían preparado ya todo, un escrito legal sobre su escritorio, en el cual se me obligaba a dejar la casa, mi hija y el divorcio, a cambio se me ofrecía una suma considerable de dinero para mi mantención en el futuro
– La vergüenza me agobiaba, yo había fallado, no tenía justificación, mi suegro y Diego no cambiarían su decisión, sabía muy bien aunque llorara y rogara, así que sin más firmé y cogí el cheque.

Yo escuchaba atónito el relato de María, un gran desastre, casi no podía creerlo.

María después de este evento decidió marchar fuera del España, así estuvo por más de 10 años en algún país de Europa, finalmente al pasar los años de juventud, se calmó y volvió a su dura realidad, ya con poco dinero y con ansias de saber de su pequeña hija. Hacía dos años que observaba a su pequeña, del otro lado de la calle, sufriendo lo indecible.

Al final del relato de Maria lloraba, le temblaba todo su cuerpo, y no puede contener su emoción que traspasaba toda la habitación. Le puse mi biblia en sus manos y oramos juntos. Terminé mi café y marché a casa, le dije que la encontraría la próxima semana antes de volver a Chile, ella me miró con tristeza y con dudas, quizás pensando que no volvería a verme.

Mientras volvía en el autobús, iba pensando alguna forma posible de ayudar a María, de pronto se me ocurrió que quizás podría juntar a la madre y su hija, esto era una situación muy riesgosa, por un lado podría tener una mala reacción de la hija y aún peor, la de su padre y finalmente quizás, María ya no podría ni siquiera ver a su hija pasar. Esa noche busque en la biblia pasajes que me pudieran inspirar y terminé durmiéndome después de orar.

Al lunes siguiente, me presenté en el colegio con la madre superiora y directora del centro educacional, le pasé una tarjeta de empresa y le solicité una entrevista. La madre muy amable accedió y nos encontramos en su despacho. Le conté acerca de mi y le expuse en las mejores palabras porqué estaba allí. Al final de la conversación envió a llamar a Andrea. María que esperaba fuera del colegio la invité a entrar. Allí los cuatro presentes comenzamos una conversación muy tensa, la madre hizo la presentación de Maria, ella temblando cabizbaja solo atinaba a mirar de reojo, felizmente nos invitaron a sentar y la expresión de la niña demostraba una gran sorpresa pero también una emoción contenida en tantos años sin su madre. Antes de terminar la explicación Andrea saltó a los brazos de su madre y comenzó a sollozar mientras balbuceaba mamá, mamá, a su vez Maria procuraba evitar el llanto, pero creo que no le fue posible, la emoción en aquella oficina nos quebró a todos, por mucho que yo y la madre superiora lo quisiéramos evitar, nos fue muy difícil.

De allí salimos a jardín del colegio y dejé que madre e hija conversaran a solas, las esperé pacientemente y volvieron a mi abrazada las dos. María había cambiado su semblante, se veía tranquila, segura y sonriente como antaño, Dios había hecho su milagro.

Esa misma semana me volví a Santiago, no sin antes asegurarme que ambas, madre e hija continuaran su re-encuentro. Supe despues de algunos meses, que Maria y su hija habían marchado al Norte de España, cercanas a la Universidad donde continuó Andrea con sus estudios.

Ya han pasado algunos años y me llegó una nueva noticia, Andrea ya tiene novio y va a casarse, el chico lo conoció en una Iglesia Adventista que ambas visitan. Estoy muy feliz por Maria y Andrea, Dios les dio una segunda oportunidad.

Rafael Arriaza, es Chileno / Español, MBA en Economía por la U. Autónoma de Madrid y Empresario en Chile 

2 comentarios en «UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD»

    • Hola Leontina:
      Muchas gracias por tu comentario. Es verdad Dios siempre da una nueva oportunidad a sus hijos. Espero que las personas que han leído esta historia y se encuentren en alguna encrucijada en si vida, no pierdan la Fe y pidan al buen Señor un camino a seguir.
      GRANDES BENDICIONES!!

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