Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Juan 21:1
Anoche tuve un sueño, caminaba yo por la montaña entre un hermoso paisaje verde de frondosos e inmensos árboles que parecía que llegaban al cielo. Se escuchaba un delicioso concierto de aves cantoras y a lo lejos se alcanzaba a ver el blanco de la nieve primaveral. Más allá pasaba un arroyo de aguas cristalinas y llenaba el aire con perfumes de azar. Me llamo la atención que animales fieros y mansos pastaban tranquilamente, osos, corderos, venados, pumas, vacas y otros menores, yo me sentí tentado a recostarme entre los osos que jugaban con sus cachorros y así lo hice sin problema.
De allí me transporte a una ciudad antigua, parecía oriental, quizás El Cairo, Estambul o Siria, las personas eran muy amorosas, risueñas y cercanas, las calles estaban limpias y en cada dintel se veían hermosas flores que invitaban a entrar.
Ya en este momento me preguntaba, ¿y mi ciudad natal Santiago seguirá tan mal? ¿Bulliciosa, peligrosa, violenta y agresiva?
Quedé sorprendido, todo era tranquilidad y paz. Nadie corriendo, sin autobuses ni coches, el Mapocho corría rio abajo con un manso caudal y con un hermoso color cristalino, chicos jugando en la ladera e incluso nadando, lo que me sorprendió, fue ver todo tipo de animalitos salvajes jugando con los niños, no habían policías, ni tampoco políticos ni gobernantes.
No pude evitar recodar la profecía y promesa bíblica que aparece en el libro del Apocalipsis capítulo 21, versículo 1, escrito por Juan en la isla de Patmos:
1 Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. 3 Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. 4 El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado
Desde aquí ruego al buen señor que venga pronto, que termine con el hambre y dolor en ese mundo, que los niños tengan un lugar apacible donde poder dormir, que los hospitales se vacíen y todas las personas tengan salud y bienestar, que cesen las guerras, el odio y que los gobernantes no existan más, que nuestro buen Señor imparta con su gracia la bondad y el amor, que la naturaleza vuelva a darnos su hermosura, bienestar y vida.
Ahora me despido con una antigua bendición judía: ”Jehová te bendiga y te guarde. Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz.”
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Rafael Arriaza, es Chileno / Español, MBA en Economía por la U. Autónoma de Madrid y Empresario en Chile